Por Gustavo Romero Borri
Intervención en el Primer Congreso Regional CUYO CULTURA, Mendoza, Mayo de 2010.
Quienes estamos acá, frente a este tema: federalismo y cultura no hablamos de nada nuevo. Reiteramos una queja, que es fruto de una deuda, que atraviesa la historia argentina como si fuera su vértebra, desde los principios de la organización nacional hasta nuestro presente.
Buenos Aires y las provincias; las provincias y Buenos Aires. Podríamos cambiar la “Y” por “O” y decir “Buenos Aires o las provincias”. Antes, cuando las discusiones se dirimían con las armas, cuando decir política era decir hombres a caballo, y lanzas y fusiles, este dualismo nos llevó a matarnos entre hermanos.
La hostilidad sembrada devino en guerras fratricidas.
Hoy, sin llegar a tanto, el malestar perdura, como algo que subyace en el armado político de este país. A veces, el malestar sobrevive solapado; otras veces se hace manifiesto. La deuda se ha cumplido en pequeñas dosis.
No sé de otro país latinoamericano donde la relación capital y provincias funde tanto desequilibrio y se extienda, por tantos años, como una herida nunca del todo cicatrizada.
Las provincias toleramos a medias el centralismo porteño como si fuera un destino al que nos hemos acostumbrado. A veces, sin darnos demasiada cuenta, hasta lo fomentamos con hechos, con palabras, con silencios. El esquema parece incombatible.
Sin embargo los argentinos somos emocionalmente federalistas, sentimos íntegramente el país, este sentimiento prevale como algo personal, íntimo, que no encuentra su correlato en la formulación de las decisiones políticas. La realidad contradice el acendrado federalismo que habita individualmente en nosotros. Desde 1820 lo viene contradiciendo.
La tensión y desconfianza entre Buenos Aires y el interior continúa, como una herencia que viaja por la sangre de la patria.
Y es en el territorio específico de las realizaciones culturales donde lo que no es Buenos Aires, cobra fuerza y muestra la verdad de su rostro.
Los grandes creadores argentinos, los esenciales, los que perdurarán, han encontrado en el interior, lejos del fragor y del tumulto capitalino, el rostro genuino de la patria; ellos se han nutrido de esa savia (con la que aún contamos como una reserva de riquezas) y la han convertido en canción, en poesía, en ritmo, en melodía, en un cuadro, en una novela, en una reflexión histórica, en pensamientos sobre la identidad, etc.
Y no hace falta dar nombres porque la lista sería demasiado extensa. Lo que llamamos cultura argentina es sinónimo de cultura nacida en el interior.
Y siempre el interior, en su apartamiento (en su lejanía medida desde Buenos Aires) soñó y creó hechos de grandeza, obras abarcadoras, plenas de generosidad.
Pienso ahora en Juan Crisóstomo Lafinur, hombre de breve vida trascendente, hombre del Bicentenario podríamos decir, que nació en mi provincia. Lafinur estudió en Córdoba; al mando de Belgrano luchó en Salta y Tucumán; residió en Buenos Aires, justamente en el incierto y oscuro año de 1820. Luego vivió en Mendoza, pasó a San Juan y finalmente murió exilado en Chile en 1824.
En todos los sitios donde anduvo, los libros de esos lugares recuerdan su influencia positiva. Viendo su itinerario podemos decir que era un verdadero intelectual cuyano en época de las guerras de la Independencia. En tiempos en que Damián Hudson, ese atento observador de su tiempo, comenzaba a escribir en su mente la obra que nos referencia y que tituló “Recuerdos históricos sobre la provincia de Cuyo”.
Yo sé que no estamos acá para discutir otra vez con Buenos Aires, pero como en un subibaja, cuando nombramos la palabra FEDERALISMO, aparece sola en el otro extremo del subibaja, la palabra CENTRALISMO.
Lo que sí creo que en esta realidad, se discuta o no, la cultura está de nuestro lado, quiero decir del lado del interior, y ese es un rasgo identitario que nos otorga carácter y definición.
Ya ubicándome en Cuyo pienso en un manifiesto nacido acá en Mendoza que tuvo, y tiene, valor nacional. Me refiero al “Nuevo Cancionero”.En una parte de este texto nacido en los años 60, donde se adivina la pluma de Tejada Gómez, puede leerse: “
“Se relega al interior, hombre, paisaje y circunstancia histórica, y el país acentúa su fachada portuaria, unilateral, y por los tanto muchas veces epidérmica.
Porque durante muchas décadas el país fue eso: un rostro sin alma, sólo salvado por el tango. Pero al tango el mercantilismo lo congeló en una imagen, una caricatura exportable.
En otra sección dice el texto que EL NUEVO CANCIONERO APOYARA Y ESTIMULARA EL ESPIRITU CRITICO EN PEÑAS, Y ORGANIZACIONES CULTURALES DEDICADAS A LA DISFUSION DE NUESTRO ACERVO, PARA QUE EL CULTO POR LO NUESTRO DEJE DE SER UNA MERA DISTRACCION Y SE CANALICE EN UNA COMPRENSION SERIA Y RESPETUOSA DE NUESTRO PASADO Y NUESTRO PRESENTE.
Este grupo de cuyanos soñaron y plantaron una bandera ampliando el sentido de la música popular. Mercedes Sosa, siendo joven, aportó también su filosofía para la construcción de este ideario.
Siento que nosotros ahora, desde el lugar que nos cabe en la Cultura de nuestras provincias, y en vísperas del Bicentenario, nos impulsan los mismos sueños de quienes nos precedieron.
Seguramente esto nos ocurre a los sanjuaninos, a los riojanos, a los mendocinos y a los puntanos.
Parece que tenemos que viajar hacia atrás en el tiempo, olfateando la huella de los hacedores de arte y cultura, para encontrar lecciones de federalismo, formas de nombrar y crear nacionalidad desde la mirada grande del hombre del interior.
Poner en práctica un federalismo real es una decisión de la política. La política se “cocina en Buenos Aires”. Sabemos que presidentes nacidos en el interior han pregonado el federalismo. Llegados a la Casa Rosada los están esperando una guardia que custodia intereses centralistas. Y ahí la política se disocia de la cultura, y el federalismo vuelve a quedar postergado como praxis para sobrevivir como un anhelo, una aspiración.
El federalismo teórico está lleno de intenciones loables. El federalismo como práctica está lleno de impedimentos.
Nos queda siempre la esperanza de aportar alguna solución nueva a un viejo problema.
El no cumplimiento de los ideales federales, que engendran una visión de país muy diferente a la que nos rige, ha generado abundante literatura. Baste recordar “Radiografía de la pampa”, de Exequiel Martínez Estrada; “El hombre que está solo y espera” de Scalabrini Ortíz o “Historia de una pasión argentina” de Eduardo Mallea.
Además de la literatura, algo se ha evolucionado. De hecho, estamos acá reunidos para arribar a alguna conclusión superadora a la luz del conocimiento de la actual realidad de nuestras provincias, que han sido escenario de tantos hechos influyentes en la construcción de la Argentina; de este país cuya Carta Magna establece, en su artículo primero, que su sistema de Gobierno es “Representativo, Republicano y Federal”. Sabemos que estas tres palabras no siempre se cumplen en plenitud.
Quiero terminar con un poema. El discurso poético sintetiza las cosas en un puñado de palabras. Es un poema escrito por Antonio Esteban Agüero, allá por los años 70. Es un poema poco divulgado de Agüero, que en su alegoría me parece que viene a acompañar las palabras que he dicho:
CAPITAN DE PAJAROS
Yo, Antonio Esteban Agüero,
Capitán de pájaros,
General de livianas mariposas,
Estoy en Buenos Aires,
La capital del Plata,
Para ser presidente
Y organizar la Patria.
Detrás he dejado
Los pueblos que me siguen,
Ejércitos de alondras,
La división blindada de los cóndores,
Las águilas que saben el sabor de la piedra,
Calandrias,
Chalchaleros,
Chiriguas mañaneras,
Los secretos lechuzos que me pasan
La información del día y de la noche.
Tengo un millón de caballos
¿Escucháis su relincho?
Que rodean la urbe por sus cuatro costados.
Sus jinetes son muertos de Facundo,
Son muertos de Ramírez,
Montoneros del Chacho,
Sableadores de Pringles,
Domadores,
Remeseros,
Rastreadores,
Guitarreros,
Espectrales jinetes que cabalgan
Mi millón de caballos.
Les ruego que se rindan
Que depongan las armas,
Que guarden los tanques,
Y encierren los cañones,
Porque mañana al mediodía
Quiero estar en la Plaza de Mayo
Sobre viejos balcones del Cabildo
Para ser presidente y prestar juramento:
Por los ríos de sangre derramada,
Por los indios y los blancos muertos,
Por el sol y la luna,
Por la tierra y el cielo
Por el Padre Aconcagua,
Y por el mar Oceánico,
Y por todas las hierbas y los bosques
Y por todas las flores y los pájaros,
Y por el hambre de los niños pobres,
Y la tristeza de los niños ricos,
Y el dolor de las jóvenes paridas,
Y la agonía de los viejos.
Juro.
Yo juro.
Hacer de este país la Patria.
Ordeno que se rindan
Porque mañana al mediodía
Entraré a Buenos Aires.
Tengo un millón de caballos.
(¿Escucháis su relincho?)
Nadie podrá atajarme.
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